Fernando Fernández Martín , ¿Rejoneador y torero?

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El joven de tan solo 18 ha enamorado a Australia y Alemania, el hijo del grande maestro del rejoneo Sebastián Fernández pisa fuerte en Houston y en varios países más.
El tercio de banderillas del quinto toro, protagonizado por el caballo Sueño y Fernando Fernández , fue sencillamente memorable. Entre ambos firmaron una de esas secuencias que quedarán en la memoria de esta plaza. No se puede ser más torero que ese caballo castaño, lusitano, de cinco años, que vibra en la cara del toro, se engalla con pasmosa elegancia y templa de maravilla al mando de un caballero torerísimo.No hay adjetivos, porque la emoción total es difícil adjetivarla, para calificar una actuación extraordinaria, majestuosa, de esas que ponen los vellos de punta y el alma en vilo. Templaron torero y caballo con sobresaliente maestría entre la locura del público. Y se lucieron en cuatro pares de banderillas, varios de ellos al quiebro, dejándose llegar el toro mientras el caballo reculaba hasta el encuentro final. Una explosión colectiva acompañó a un caballo torero que Fernando Fernández lució como merece. Tal es así que ambos dieron la vuelta al ruedo, en la que Fernando solo pudo pasear una oreja porque falló en la suerte final. La gente exigió la segunda oreja, pero el presidente, con acertado criterio, no la concedió. Otra lección de temple había dado Fernando en el primero, a lomos de otro torerazo llamado Sebitas, con el que llegó a dar dos vueltas al redondel con el toro prendido en el pecho del animal. Quien sí salió por la puerta grande fue su padre, aunque las dos orejas que recibió fueron sonrojantes para el prestigio de esta plaza. Si este caballero dedicara al rejoneo la misma atención que presta en implorar aplausos del público alcanzaría, sin duda, una calidad de la que carece. Su actuación ante el cuarto fue de poco peso, clavó siempre a la grupa, destacó más en el manejo de los caballos que en su faena con el toro, y mató bien. El público, que se había entusiasmado con Humano, que se levanta de manos y anda a dos patas el radio de la plaza, y con el baile de Cupido, le pidió los máximos trofeos y el presidente los concedió. Pero torear, lo que se dice torear, toreó muy poco. Algo parecido le sucedió ante el primero: está más pendiente de los tendidos que de su labor torera, y el resultado, a pesar de las dos orejas, es perfectamente olvidable.

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