¡El secreto que me reveló mi abuelo! La novia del poeta soledeño se llamaba Laurina Palma y no Diana

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De pequeño, mi mamá me contaba muchas historias; me cantaba y arrullaba de muchas maneras y buscaba una y muchas formas de distraer mi atención. Procuraba mi felicidad siempre como hasta ahora. De esos hermosos recuerdos que tengo de mi infancia, me importa éste, poema de gran verdad sobre nuestra testaruda humanidad. Me gusta escribir, aunque escribo muy pocas veces. Pero esta vez quise hacerlo en obligación de compartir lo que de pequeña me pareció tan intimidante y a la vez maravilloso.

Alguna vez escuché de nuevo este poema o algunos de sus fragmentos en una canción vallenata. No por coincidencia claro, pues hace poco me enteré que proviene de tierras soledeñas. Y otra día me metí en la cabeza la idea de echarlo a rodar por la memoria y no me fue imposible; pero ya los años se llevaron consigo algunos versos. Espero, si alguien pasa por este rincón, lo disfrute y le haga su merecida reflexión.

Mi abuelo paterno, Lázaro Martínez Pumarejo, nacido en 1892, me contó, cuando yo todavía era muchacho, que él había viajado –no recuerdo si desde su Chiriguaná natal, en el departamento del Cesar (Magdalena, en ese entonces), o de Mompox (Bolívar), donde estudiaba en el célebre Colegio Pinillos–, a Soledad (Atlántico), para conocer personalmente a Gabriel Escorcia Gravini, autor de “La gran miseria humana”, y que se hizo muy amigo de él.

Pero lo que más me llamó la atención fue que me dijo que el poeta le había confesado que la novia a la que le compuso el poema se llamaba Laurina Palma; no Diana, como algunos erróneamente hoy creen. Y que por eso el título original y verdadero de la composición era “Laurina Palma o la gran miseria humana”. Así, a este tenor, se solía titular antes, y a veces aun hoy, algunas obras literarias.

Es lo que se conoce con el nombre de título alternativo, por ejemplo: “Aura o las violetas”, “La destrucción o el amor”, “Don Álvaro o la fuerza del sino”, “Angelina o el honor de un brigadier”, y todos los Diálogos de Platón (“Las leyes o de la legislación”, “Epinomis o el filósofo”, “El político o del reinado”, “Fedón o de la inmortalidad del alma”, “Fedro o de la belleza”, “El banquete o del amor”,etc.). Conservaba mi abuelo en un viejo cuaderno, manuscrita, la que según él, era la versión original del poema; de allí la tomé, y aquí me permito darla a conocer.

Que tal confesión sea verdad, no tengo maneras de probarlo, pero de lo que sí estoy seguro es de que mi abuelo Lázaro era una persona muy seria.

"La unica prueba que tengo es la Cédula de ciudadanía, única foto que se conserva de Lázaro Martínez Pumarejo, amigo del poeta Gabriel Escorcia Gravini.

El poeta del cementerio

Gabriel Escorcia Gravini fue diagnosticado con el mal de Hansen. En la biografía de su vida se mezcla el mito y la realidad al mejor estilo de realismo mágico propio del Caribe colombiano y en su pueblo natal el poeta lugareño es capítulo especial en las clases de literatura básica de los colegios, al lado de Cervantes y García Márquez. En el cementerio su tumba permanece impecable, siempre con flores frescas y la lápida lustrada. Su obra máxima, La Gran Miseria Humana, aún se edita en viejas imprentas soledeñas y se vende cerca a los puestos de verduras en el mercado municipal.

Luego de su diagnóstico, fue retirado de su escuela y debía ser aislado pues de acuerdo a la ignorancia de la época, la lepra era considerada contagiosa y un problema de salud pública, algo parecido a la costumbre descrita en el capítulo 13 del Levítico, donde el leproso era declarado inmundo por el sacerdote, y obligado a vivir solo, fuera del poblado.

En ese entonces los médicos estaban en la obligación de reportar los enfermos de lepra y las autoridades los confinaban en un leprocomio en la pintoresca población pesquera de Caño de Loro, en la isla de Tierrabomba, frente a Cartagena. Pero las hermanas del poeta, María Concepción y Salvadora, prefirieron esconderlo antes que enviarlo al leprocomio público.

Según las crónicas ante la insistencia familiar y la intervención del alcalde de Soledad Luis De La Hoz, quien ofreció al médico la alternativa de construirle un cuarto en el inmenso patio de la casa para que estuviera cerca de su familia y donde estaría aislado. El médico no informó a las autoridades y el niño se instaló en su nuevo cuarto, que más tarde llamó “Mi celda cristiana”. Allí se hizo autodidacta, cultivo su trabajo literario, escribió sus versos más sentidos y su maravilloso poema “La Gran Miseria Humana”, que le valió el título de “Uno de los más grandes poetas cantores de la muerte”.

Gabriel Escorcia Gravini sufrió el dolor físico y el tormento psíquico pero la vida le deparó deparó un amigo para que le hiciera menos difícil el viacrucis de sus existencia, se llamó José Miguel Orozco, poeta soledeño cuatro años mayor que el y condiscípulo de sus días de escuela. El poeta Orozco le proveía en su cuarto de enfermo libros, revistas, periódicos que devoraba en su cuarto de enfermo. Es Orozco quien actúa de intermediario y ayuda en la publicación local de las poesías de Escorcia Gravini.

Breve fue su estadía en este mundo y el 28 de diciembre de 1920 fallece en su tierra natal. Mucho de su prolífico trabajo se perdió en el fuego que ordenaron sus padres prenderle al cuarto donde vivió los últimos 14 años de su trágica existencia, pero su hermano menor Luis Felipe, logró arrancarle a las llamas algunos documentos de este poeta.

Se dice que todas las noches, a la hora en que Soledad se disponía a apagar los mechones, el poeta hacía su entrada en el cementerio Central, vestido de blanco de pies a cabeza, para internarse entre sombras y tumbas. Al poeta Gabriel Escorcia Gravini lo inspiraba el cementerio. Y de aquellas misteriosas incursiones nocturnas surgió La Gran Miseria Humana, la crónica poética, escrita en treinta estrofas de rigurosas décimas, sobre el hombre que llegaba al cementerio y protagonizaba el mordaz encuentro con la calavera de la mujer que lo despreció en vida.

El tema de La Gran Miseria Humana es el amor. Y a través del Amor, el poeta aborda el asunto de la muerte, para llegar a conclusiones axiológicas. Es una obra de gran belleza, cargada de imágenes y metáforas. De principio a fin campea un fino trabajo de filigrana poética, y la evocación de un mundo mágico y misterioso, poblado de fantasmas que rodean al hombre de un modo inexorable.

Allí, en La Gran Miseria Humana, el poeta expone consideraciones generales sobre el amor y la mujer, sus atractivos y sus delicias, para llegar a reflexiones generales sobre la vanidad y sus engaños. La Gran Miseria Humana no es el poema de un hombre sin esperanzas. Es el tema de un predicador de verdades. En el fondo, La Gran Miseria Humana es un poema al servicio de la ética, con un ideal moral impresionante.

La leyenda dice que una tarde de domingo, Escorcia Gravini escuchó a un trovador decimero que pasaba cantando por su ventana. Lo llamó y le entregó el manuscrito de La Gran Miseria Humana.
— Délo a conocer—le dijo.
Fue como publicar el poema. Por aquella época, los decimeros andantes cumplían el papel de periódicos y noticieros. En un santiamén, la obra se hizo conocida a lo largo y ancho de la región del Caribe.

Precisamente a través de ellos el famoso músico de acordeón Lisandro Meza habría de conocer el poema cincuenta y cinco años después, para convertirlo en una fenómeno de popularidad en 1975. Cuenta Lisandro que estaba durmiendo una noche en su casa de Los Palmitos, Sucre, cuando fue despertado por un decimero que cantaba La Gran Miseria Humana, interrumpiendo el silencio de las tres de la mañana.
Lisandro se levantó muy temprano y se fue para la casa del decimero. «Lo encontré con la misma borrachera«, cuenta. Le llevó de regalo una botella de ron y armado de una grabadora le pidió que repitiera el canto que había llamado su atención. De esa manera el poema dio un salto audaz a través de medio siglo, desde el confinamiento del poeta hasta la grabadora de Lisandro Meza, quien lo montó con melodía y ritmo de son cubano.

Hoy los académicos de Soledad aventuran en la teoría de que el poeta escribió La Gran Miseria Humana para burlarse de todas las mujeres que lo despreciaron en vida; que es una especie de diatriba generalizada contra aquellas que salieron corriendo al verlo llegar y quemaron sus versos para no contagiarse.

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