Amnesia

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Un jueves de abril de 2008 en Manchester, Reino Unido, Naomi Jacobs despertó en una casa desconocida. No estaba en su cama individual, nunca había visto el pijama que llevaba. «Primero pensé que estaba soñando; se convirtió en una pesadilla cuando vi mi cara. Encontré un espejo bajo el lavabo y me miré», contó. «Me llevó un breve segundo, pero entonces mi boca se abrió en una expresión de horror, mientras agarraba mi cara y gritaba: '¡No! Ay, Dios mío, Dios mío, Dios mío, Dios mío… Estoy… ¡estoy vieja!'».
Vio su rostro de 32 años, la edad que tenía al acostarse. Pero no lo recordaba. Cuando se despertó, Naomi Jacobs había olvidado hasta el último detalle de los últimos 17 años.
Entonces no lo sabía —todo era confusión y pánico—, pero sufría un trastorno llamado amnesia disociativa: una forma infrecuente de amnesia causada por el estrés grave.
Quería ser periodista o escritora; quería conocer el mundo; quería tener una casa grande. Pero debió enfrentar una realidad muy diferente. La cara que le había parecido vieja en el espejo correspondía a una mujer desempleada, madre sola, que recibía subsidios del Estado para vivienda y alimentación.
«Era muy crítica con mi yo adulta, no entendía cómo había terminado así. Era, en parte, devastador y, en parte, confuso. No quería estar en esa situación. No quería estar en esa casa. No quería estar en esa vida», dijo a la BBC. Su vida no le gustaba: la adolescente despreciaba a la adulta, como si fueran dos personas distintas. «Durante el período que sufrí de amnesia, la yo adolescente estaba a cargo. La adulta era una extraña que había construido una vida que me era muy ajena», explicó.
Buscó ayuda médica. Pero el primer psiquiatra que la atendió, la disuadió: le dijo que no le creía. Primero se quedó paralizada por el impacto; luego se desmoronó. Y un poco después comenzó a mirar los hechos. «Ahora entiendo por qué nunca me ha gustado usar rosa. Llevaba un vestido rosa cuando ocurrió el asalto sexual. Asocio rosa con vulnerabilidad», dijo a la BBC. «No creo que haya palabras. Ya he usado palabras como devastador, humillante, horripilante. Simplemente no hay formas de describir una mente adolescente que lee a una adulta escribiendo sobre el abuso cuando era niña».
Al revisar las anotaciones le sucedió algo extraño: por su cabeza pasó, como un relámpago, la imagen de sí misma, con un vestido de maternidad de mezclilla bailando en un club.

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