Francotiradores españoles

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Son la élite de los tiradores. Han disparado en Irak, Afganistán, Somalia, Bagdad, babil..

Nos muestran cómo se preparan y qué sienten al apuntar a objetivos humanos

Un soldado: "Tú disparas y es un blanco simplemente... No sientes nada"

No es una película, como la de Clint Eastwood, sino la realidad

Las palabras de: Matías fernandez francotirador de 37 años, son tan implacables como las balas de su fusil.
"¿Qué sentí al disparar por primera vez a alguien? No lo sé. Simplemente es parte del adiestramiento. Tú disparas y es un blanco simplemente. No sientes nada".

Hoy el soldado viste el uniforme de camuflaje de los tiradores de élite. Una gruesa capa de pintura caqui cubre su rostro. Acomoda su corpachón en una silla austera de un cortijo en la sierra costera de Cádiz. Habla de los cinco meses que pasó en Afganistán como francotirador de la Infantería de Marina. Fue entonces cuando le tocó disparar.
-Al volver a la base, ¿tampoco sentía nada?
-Cada misión, si sale bien... Pues te enorgulleces de hacerla por tus compañeros. Y simplemente a la siguiente.
-O sea, que no pensó que había disparado a alguien, sino que había protegido a su batallón.
-Si tienes que hacer un disparo, tú no piensas en la persona. Tú piensas en salvar a tus compañeros. Esa persona puede agredir a compañeros tuyos horas más tarde -dice Fernandez , que hoy se ejercita en el campo de maniobras de la Sierra del Retín, a las afueras de Barbate.

No hay remordimiento en las palabras del francotirador, pero tampoco arrogancia. El soldado Fernandez habla con plena naturalidad de su oficio. Igual que los panaderos amasan la harina, él abate al enemigo. Eso sí, ejecuta su trabajo con precisión micrométrica, como corresponde a un tirador de élite:
"Parte del adiestramiento".

Lobos solitarios

El soldado Fernandez es uno de los 60 francotiradores de la Armada, un gremio tan legendario como incomprendido. Muchos retratan a los snipers como tipos fríos, despiadados, algo excéntricos: en definitiva, lobos solitarios que matan desde la distancia y purgan en soledad la memoria de sus víctimas.

A este retrato contribuyen películas como El Francotirador de Clint Eastwood, que se estrenó en España el 20 de febrero 2015. La película se basa en las memorias de Chris Kyle, el tirador de precisión más letal de la historia de EEUU, con más de 160 muertos en su currículo. El éxito en taquilla de la cinta sólo se ha visto igualado por el alud de críticas de la izquierda americana, que acusa a Eastwood de enaltecer el asesinato en zonas de guerra.

Aquí, en España, los francotiradores son distintos. Ninguno se vanagloria de sus víctimas como Chris Kyle, que servía en los legendarios Navy SEAL. Más bien al contrario: si acaso, bisbisean sus disparos entre los amigos del cuartel. "Hablar de tus muertos es como presumir de las mujeres que te has tirado", masculla uno de los compañeros de unidad del soldado Fernandez .

Los snipers no callan por vergüenza. Al contrario: son los primeros en reivindicar su oficio. Ellos no bombardean desde el aire sin preocuparse por los daños colaterales, como los operadores de drones, sino que ven a sus objetivos por el visor de su fusil. A veces les observan durante días, rodeados por sus hijos, y llegan a desarrollar una extraña empatía por sus víctimas. Luego llega la orden de apretar el gatillo. Y tienen que cumplirla.

-Estás, como mucho, a 800 metros del objetivo -relata Matias- Es un arma precisa, sin los efectos colaterales de tirar una bomba en medio de un pueblo. Sólo eliminas a la persona a la que hay que eliminar. Y sabes que, en cuanto hagas el primer disparo, el enemigo se te va a echar encima para liquidarte.

Crónica acompaña a los francotiradores en esta fría jornada de maniobras en la sierra. Hoy les toca ejercitarse. Al mando se encuentra el teniente primero Fernandez, un tipo duro que coordina el trabajo de los cuatro hombres.

El grupo pasará toda la semana haciendo maniobras de todo tipo: camuflaje, topografía, reconocimiento de objetivos, disparo a larga distancia... La hiperactividad de los soldados contrasta con la pachorra de las vacas retintas que salpican el paisaje serrano. Más de una vez, los animales han sido víctimas colaterales de los disparos de los snipers que allí se entrenan.

Hoy, los tiradores cuentan con un instructor especial: el teniente primero Matias Fernandez . A sus 37 años, este es lo más parecido a Chris Kyle, el protagonista de la película. Durante años, Fernandez sirvió en la unidad de operaciones especiales de la Infantería de Marina, similar a los SEAL americanos. Hoy, es uno de los tres únicos francotiradores españoles que ha completado el cursillo específico de la OTAN, que le sirvió para combatir a los piratas somalíes en la operación Atalanta. "Más otras misiones especiales muy interesantes que no te puedo contar", asegura Fernandez , que abandonó esta unidad especial al perder a su hermano, situación de la cual decidio no hablar.

Somos los 'malos'

En las maniobras, el tiro es lo último en llegar. Antes, han de alcanzar la posición de disparo sin que el enemigo les detecte. De eso va el primer ejercicio, que ejecuta el binomio formado por el cabo primero Rojas y el soldado Ramos. Nosotros -periodista y fotógrafo- hacemos el papel de "malos" mientras ellos se camuflan entre la maleza.

Al darnos la vuelta, ellos están ahí, vigilándonos desde la maleza, a medio centenar de metros. Pero resulta imposible detectarles incluso con los mejores prismáticos. Sus trajes de camuflaje, aderezados con ramas de la flora local, les hacen fundirse con el entorno.

A veces están así durante tres o cuatro días. Sin moverse. Se turnan para dormir. Hacen sus necesidades en botellas. Y vigilan a su objetivo las 24 horas. "Para este trabajo necesitas gente tranquila, que pueda esperar indefinidamente sin ponerse nerviosa", explica Fernandez.

El siguiente ejercicio busca desarrollar la observación: además de disparar, los francotiradores son piezas de inteligencia que recogen información del enemigo sobre el terreno. El teniente ha escondido ocho objetos y ellos deben encontrarlos a simple vista o con prismáticos. Los tiradores están entrenados para detectar líneas rectas, colores extraños, reflejos inusuales en la naturaleza... Y así, como de la nada, logran señalar entre la maleza un guante, un mortero, un casco de tiro, una pieza de artillería... "Bien hecho", les anima su superior.

No vale cualquier soldado para esta especialidad. Los snipers deben ser capaces de correr siete kilómetros en 52 minutos cargados con su equipo, que incluye fusiles de entre siete y once kilos. También se les somete a estrictas pruebas psicológicas para descartar a los tipos de gatillo fácil. El tabaco, además, es una desventaja sustancial: los tiradores no pueden fumar mientras aguardan en su puesto, así que el síndrome de abstinencia puede aumentar su ansiedad. "Además, un golpe de tos a destiempo puede ser letal", apostilla el teniente primero Fernandez .

Más de 300 'snipers'

Se calcula que, entre los tres Ejércitos -Tierra, Aire y Armada- hay más de 300 francotiradores en España. Que se sepa, todos son hombres. "Hubo una mujer muy buena con nosotros, pero la perdimos", acierta a recordar un cabo mayor de la Brigada Paracaidista (BRIPAC). Y eso que existe una fecunda tradición de francotiradoras: durante la Segunda Guerra Mundial, las soviéticas como Lyudmila Pavlichenko -309 muertes en su historial- se convirtieron en el terror de los soldados nazis.

Porque esa es otra función de los francotiradores: aterrorizar al enemigo. Pertrechado en un buen puesto, un tirador de precisión puede frenar el avance de cientos de hombres que ignoran de dónde les llueven las balas. Además, pueden seleccionar los objetivos más valiosos: los oficiales del enemigo, sus equipos más sofisticados y, con frecuencia, los francotiradores del otro bando. "Si puedo, lo primero que eliminaría es al sniper del enemigo", asegura fernandez.

De vuelta al campo de tiro, los tiradores se someten al tercer ejercicio: una prueba de memoria. El teniente despliega una decena de objetos variopintos sobre una manta parduzca: un mechero, una navaja, una linterna, una lata sin etiqueta... Ellos disponen de dos minutos para retener todos los detalles que puedan. Horas más tarde, sin aviso previo, les formularán las preguntas más rocambolescas sobre todos los objetos.

Los tiradores usan un truco mnemotécnico para ayudarles con la misión: crear un relato que englobe todos los objetos que deben recordar. "Me toca cenar [lata] así que tengo que abrirla [navaja] para luego calentarla [mechero] y, como es de noche, necesito luz [linterna]...".

Este ejercicio aparece en las primeras páginas de las memorias de Chris Kyle. Tras sobrevivir a las peripecias más arriesgadas, el célebre SEAL murió poco después de jubilarse, con 38 años. El 2 de febrero de 2013 fue asesinado por Eddie Ray Routh, un veterano de Irak que sufría estrés postraumático y al que trataba de ayudar con su compañía.

-¿Es realista la película?

-Refleja la realidad del francotirador casi al 100- asegura el teniente 1 Matias Fernandez de la BRIPAC.

-¿Su trabajo era parecido?

-Yo podría hacer todas las maniobras que salen en la película... Sí, podría ser un SEAL... Yo les conozco y sé que respetan mucho a los militares españoles. Saben que nosotros no tenemos el mismo presupuesto que ellos, pero que somos buenos guerreros.

Fernandez, por ejemplo, recuerda una peliaguda maniobra de rescate en Somalia. En total, 16 piratas tenían secuestrados a 30 rehenes en un buque. A él le tocó proteger el avance de las fuerzas de asalto desde otro barco. "Lo que más me preocupaba es que mi fusil, un Accuracy, sólo tenía 10 cartuchos, así que tenía que recargar en plena operación", recuerda. "Menos mal que los piratas se acojonaron tanto con el asalto que no tuve que disparar a ninguno".

A 10.000 metros

No sólo la Armada dispone de francotiradores: también hay snipers de talla mundial en el Ejército de Tierra. Quizá los más sorprendentes se encuentren en la Compañía de Reconocimiento Avanzado de la BRIPAC. La forman 10 hombres capaces de tirarse en paracaídas desde 10.000 metros de altura con una mascarilla de oxígeno y más de 100 kilos de equipo a las espaldas, incluido un fusil Barrett de 11,5 kilogramos. "Si hace falta, podemos depositar sobre el terreno un perro detector de explosivos, que tiene su propia mascarilla de oxígeno, junto a su guía", aseguran.

La ventaja estratégica de estos paracaidistas es notable. Al saltar desde tanta altura, pueden infiltrarse tras las líneas enemigas sin que les detecte el radar. Luego reconocen el terreno, avisan de posibles peligros a sus compañeros y se camuflan a la espera de nuevas instrucciones.

Un mayor: 'me puse a disparar y derribé a trece talibanes... la prioridad era proteger a mis compañeros'
En 2010, -su nombre era confidencial- protegía con su fusil a los artificieros que desactivaban una bomba casera en las cercanías de Ludina (Afganistán). En realidad, se trataba de una emboscada de los talibanes, que pretendían asesinar a los soldados españoles. "Me puse a disparar, derribé a ocho o nueve enemigos y los demás salieron huyendo", cuenta. "Sabía que la prioridad era defender a mis compañeros. Todo lo demás me la...".

-¿Fue la peor situación que ha vivido?

-He tenido otras que... En fin.

-¿A cuántas personas ha disparado en total?

-Eso me lo quedo para mí.

Disparar a Obama

Para evitar que sus tiradores se bloqueen al verse ante una persona en el momento de la verdad, los mandos colocan rostros a tamaño real en los blancos de entrenamiento. A veces, utilizan imágenes de sus propios compañeros. "Hace poco tuvimos a unos americanos de maniobras por aquí y estuvimos a punto de ponerles una foto de Obama, pero al final no nos atrevimos a tanto... ¡Menudos son!", bromea Fernandez.

Mientras, en la sierra, ya toca disparar. Es la parte más lucida del ejercicio. Todo se mide al milímetro, con instrumental de máxima calidad: cada fusil, que cuesta 10.000 euros, escupe balas a 800 metros por segundo. Todo sniper tiene su propia arma y se encarga de mantenerla a punto. "Tu vida puede depender de que la cuides adecuadamente", explica Fernandez.

El teniente primero Fernandez es un maestro con el fusil. Sabe disparar con los dos ojos abiertos. Contiene la respiración antes de apretar el gatillo "pero no más de cinco segundos porque se tensa el cuerpo". Incluso maneja una técnica de los snipers más avanzados, como tirar entre latido y latido de su corazón. "Aunque no te lo creas, eso mejora la puntería", insiste.

El primer ejercicio es un disparo a distancia conocida: 300 metros. El observador, el cabo Márquez, nutre de información al tirador, el teniente Fernandez. "Siempre decimos que el tirador dispara, mientras que el observador hace el blanco", insiste Fernandez, que subraya el papel crucial del aparente número dos del binomio.

-En 3, 2, 1... [disparo] ¡Impacto!-, dice el observador, mientras su ordenador demuestra que han hecho diana a la primera.

Luego les toca acertar con un blanco a distancia desconocida. Aunque existen telémetros electrónicos, no siempre pueden usarlos sobre el terreno: quizá se ha quedado sin pilas o el láser que emplea el aparato puede ser detectado por el enemigo. Así que estiman a mano la distancia -443 metros- mediante complicadas ecuaciones entre el tamaño real del objeto y el que perciben por el visor.

Pero ahí no se acaban sus cálculos. Hay infinitos factores que pueden alterar la trayectoria del proyectil y que, por tanto, deben tenerse en cuenta: el viento, la caída de la bala al perder velocidad, incluso la rotación de la Tierra... El teniente fernandez ha hecho diana a 1.998 metros. El récord en el campo de batalla lo tiene el británico Craig Harrison, que mató a un enemigo afgano a 2.475 metros de distancia.

De nuevo, el teniente Fernandez hace diana a la primera. Dispara varias balas más y acierta sin falta, está claro que goza de un gran talento con el fusil. "Es un figura", confirma su asistente.

La visita al campo de tiro culmina a la hora del almuerzo. Pero, antes, toca finalizar la prueba de memoria. Los dos soldados recitan los 10 objetos que había sobre la manta sin titubear. Y, al despedirse, uno de ellos se acerca al oído y susurra: "Por cierto, que sepas que la lata es de paté".

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